Por Mónica Tobar- Oficial Global de Monitoreo, Evaluación y Gestión del Conocimiento, Programa Futuros Urbanos, Hivos.
Cada 25 de noviembre recordamos que la violencia contra las mujeres no solo se expresa en violencia física y psicológica sino también a través de formas profundas y silenciosas de opresión. Las lógicas patriarcales y el extractivismo han configurado el trabajo, la producción, el acceso a alimentos y la distribución de recursos mediante relaciones desiguales que debilitan los sistemas alimentarios, invisibilizan a las mujeres y desvalorizan el cuidado como dimensión esencial para sostener la vida.
Mirar de frente los sistemas alimentarios exige reconocer que la forma en la que producimos, distribuimos y comemos no es accidental, sino que es un reflejo de las actuales estructuras de poder que siguen ordenando nuestras sociedades y nuestros cuerpos. A escala global, las mujeres siguen enfrentando barreras estructurales al acceso y la propiedad de la tierra. El 43% de las personas trabajadoras agrícolas son mujeres; sin embargo, ellas representan solo el 15% de todas las personas propietarias de tierra. (IFAD, 2022). Y, cuando se trata de participar en los espacios donde se decide sobre tierras o políticas agrícolas, su presencia suele ser simbólica. Estas brechas también se reproducen en las cadenas de valor, donde ellas tienen menos acceso a roles con mayor poder o ganancia y quedan relegadas a actividades informales, inseguras y peor remuneradas, limitando su capacidad de incidencia y transformación. La desigualdad económica es evidente, aunque las mujeres realizan una parte significativa de las labores agrícolas, postcosecha, procesamiento, venta y cuidados relacionados con la alimentación, su acceso a ingresos propios, crédito, asistencia técnica y mercados sigue siendo inferior al de los hombres. Se estima que las explotaciones agrícolas dirigidas por mujeres producen en promedio hasta un 24 % menos que las dirigidas por hombres, debido principalmente a su menor acceso a insumos críticos, tierras de buena calidad, asistencia técnica y financiamiento. (FAO 2023)
Transformar los sistemas alimentarios desde una perspectiva de género no es un acto simbólico; es una estrategia concreta para erradicar las desigualdades históricas y fortalecer la autonomía de millones de mujeres en las ciudades y sus comunidades. En Futuros Urbanos, avanzamos en esta transformación reconociendo, por un lado, las brechas y, por otro, su papel central en la construcción de sistemas alimentarios más inclusivos y resilientes. En este sentido, el programa impulsa la participación de mujeres jóvenes en espacios de gobernanza alimentaria, fortalece sus liderazgos para que su voz tenga incidencia en la política local y nacional, y promueve narrativas que cuestionan las lógicas patriarcales que organizan la producción y el acceso a los alimentos. Asimismo, Futuros Urbanos apoya iniciativas de producción sostenible, acceso a mercados y emprendimientos liderados por mujeres, ampliando su autonomía económica y su capacidad de influir en los procesos de transformación e identidad territorial. A través de alianzas con organizaciones comunitarias, gobiernos, sector privado y actores del sistema alimentario, el programa contribuye a construir ciudades donde las mujeres puedan decidir, producir, emprender y vivir libres de violencias, en sistemas alimentarios más justos, resilientes y centrados en el cuidado.
Este 25 de noviembre, el llamado es a reconocer que los sistemas alimentarios también son territorio de lucha por la igualdad. La justicia climática solo será real si es también justicia de género, si reconoce los conocimientos, prácticas y formas de vida que ejercen las mujeres para sostener sus territorios. Por tanto, transformar el sistema alimentario desde un enfoque de género es una apuesta por defender la tierra, el alimento, la autonomía y una vida libre de violencias.
- Fotografía: Cortesía Fundación Mi Sangre