El beso que marcó mi destino

Era un día como cualquier otro en la vida de Julio González. Se levantó muy temprano y se preparó para ir a estudiar. Una sonrisa se reflejaba en su rostro porque en el colegio había alguien que lo esperaba. Era su novio. Estaba pensando en que se vería y podrían besarse. Pero algo pasó ese día que cambió su destino.

Por Juan E. Sánchez

Julio tenía 15 años y cursaba el tercer año de secundaria. Y, como muchos chavalos en Nicaragua, tenía una familia muy conservadora. Era clásico ejemplo de una familia cristiana, pues todas las noches iban a la iglesia y participaban en las actividades religiosas.

El chavalo siempre trataba de ser el mejor niño de la comunidad para encajar en ese ambiente. Por eso participaba en los eventos de la iglesia, era el líder de los jóvenes, se esforzaba por estudiar y rendir bien en sus clases, y también hacía favores y todo lo que se le pedía.

Su familia estaba muy orgullosa de él y presumían todo el tiempo:

no hay niño tan bueno y obediente a Dios como él.

En la comunidad religiosa todos hablaban de todos, con nombres y apellidos, desde el más joven hasta el más viejo. Pero la conversación que siempre resonaba en la cabeza de Julio era la de un joven homosexual en la comunidad:

“Pobre María, su hijo le salió así. Es porque es una vieja mala y eso es un castigo de Dios. Esos maricones deberían de morir, van a influenciar de mala manera a los niños de la comunidad”, decía el papá de Julio. No sabía que su hijo guardaba un secreto.

El beso que lo cambió todo

Un día, Julio se despertó temprano, como de costumbre. Y como todas las mañanas tenía una sonrisa en su rostro antes de irse al colegio, pues sabía que vería a Andrés, su novio.

Ese mismo día, Andrés salió un poco más temprano rumbo al colegio con la intención de esperar a Julio y pedirle que no entrara a clases, y en cambio, que se fueran «de pinta» juntos a la playa.

El mar estaba a poca distancia, ya que los chicos vivían en una comunidad costera de Nicaragua.

Los chicos nunca se perdían una clase, pero a Julio le pareció una muy buena idea ir a la playa ese día; no había tenido una buena semana y solo quería disfrutar de la vida, aunque sea por un momento.

Durante todo el camino, Julio estuvo nervioso y con un nudo en la garganta, ya que dudaba de hacer lo correcto al ir públicamente con su novio a la playa. Por otro lado, Andrés lo alentaba y le decía que todo estaría bien y que cuando estuvieran en el mar solos le daría besos, lo típico de una pareja.

Poco a poco, Julio perdió los nervios y todo parecía bien en su plan; llegaron a la playa y se acomodaron bajo la sombra de un árbol muy frondoso, empezaron a charlar y a jugar mientras la brisa del mar les acariciaba en el cuerpo.

En un momento ambos se quedaron en silencio, se vieron fijamente y se besaron.

De pronto escuchó un grito muy fuerte: “¡Julio! ¿Qué estupidez estás haciendo?”.

Julio, asustado, se volteó y sin palabras se quedó viendo a la persona que le gritaba. Era su papá, quien estaba furioso y remató con una frase: «yo no tuve un hijo maricón”.

El padre se abalanzó sobre Julio, lo tomó fuerte del brazo y se lo llevó, Andrés intentaba hablar con el papá de Julio, pero solo recibía insultos y amenazas.

Al llegar a la casa, el padre seguía furioso, tomó un cable y mientras Julio estaba sobre el sillón de la sala, comenzó a darle fuertes latigazos.

Su mamá no entendía el porqué de los golpes e intentaba mediar para que dejara de pegarle a Julio, pero luego le dijo que lo había descubierto besándose con Andrés.

Julio, todavía asustado, solo veía a su madre llorar, diciendo: “Es imposible, no es cierto, quizá has visto mal, no tengo un hijo maldito”.

Las palabras eran fuertes y herían aún más a Julio, quien logró salir del shock y correr a encerrarse en su cuarto.

Julio lloró hasta quedarse dormido, su cuerpo estaba marcado por los golpes y su mente daba giros sobre lo que había pasado, se lamentaba de no haber insistido más en no ir esa mañana con Andrés a la playa.

Un ritual lleno de violencia

Al día siguiente, Julio despertó y se preparó para ir a clases. Sin embargo, su papá le dijo que esta vez no iría, sino que le dijo que debían resolver el asunto del “demonio» de la homosexualidad que, supuestamente, le había poseído.

Julio se quedó viendo impresionado a su papá. Sabía que no existía tal demonio, pero que tenía que hacer todo lo posible para terminar con ese rato amargo que pasaron él y sus padres. Su papá le dijo que se cambiara el uniforme porque irían a la iglesia, donde se reunirían con el pastor, con el cuerpo de diáconos y con los intercesores.

Antes de salir de casa rumbo a la iglesia, su mamá se acercó y le dijo: “No permitas que Satanás te derrote, lucha contra ese demonio impuro que te ha poseído. Los maricones no heredan el reino de los cielos y yo desde aquí pediré por tu perdón y por tu salvación”. Dicho todo esto, los dejó marcharse.

Al llegar a la iglesia se realizó un ritual, al estilo de la Edad Media, de aproximadamente una hora. Julio se sentía la peor persona del mundo. Por su mente pasaban los recuerdos de cuando su familia estaba orgullosa de él y ahora, solo por tener un novio, lo odiaban y no lo reconocían como persona.

Luego del ritual, el pastor de la iglesia seguía hablando con Julio, pero él solo quería llegar a su casa y poder estar tranquilo. La realidad era aún más amarga.

Llegando a casa, su mamá le dijo que el pastor llamó: “dijo que no quieres buscar la verdad, no quieres que el Señor cambie tu vida y yo no pienso soportar que la gente va a decir que tengo un hijo enfermo y endemoniado”. En ese momento lo envió a vivir a la casa de su abuela.

Una relación rota

Desde ese entonces, Julio no ha hablado con su mamá, y aún a sus 25 años, recuerda los latigazos que su padre le dio, el show con el pastor y la humillación con su familia.

Julio dice ahora: “Solo quería ser feliz, Andrés era mi vida y no me dejaron volver a verlo, no me dolió el olvido de mi familia, sino separarme del amor de mi vida. Nunca comprendí, si mi familia estaba tan orgullosa de mí, por qué el tener un novio significó que yo había muerto para ellos, aún me evaden sin darme la cara, mi vida ya no es feliz, pese a que trato de serlo”.

Aunque actualmente Julio vive su sexualidad de forma libre, pero no puede olvidar el rito, el desprecio y las ganas de matarlo de su familia; es algo que ha cargado sobre sus hombros y que, según él, no lo ha dejado ser feliz por completo.

Este tipo de sucesos se dan de forma muy frecuente dentro de las familias religiosas y conservadoras en Nicaragua, donde todos son cristianos para señalar y juzgar a las personas, sin fijarse antes en las malas acciones que están cometiendo.

Nota del autor:

Apreciado amigo Julio, espero que al permitirme contar tu historia encuentres consuelo, pues eres un ejemplo de que ser diferente no es malo, sino todo lo contrario, es una parte elemental de la vida. Espero encuentres esa felicidad que te mereces y dejes atrás el pasado tan doloroso de tu historia.

Este material es resultado de la Sala de Creación: Otras narrativas +LGTBIQ+ en Centroamérica. Un espacio de convergencia promovido por Hivos, coordinado y acompañado por Revista Feminista Ruda y la participación de activistas, comunicadorxs y periodistas comunitarixs de Centroamérica.

Sobre Libre de Ser

Libre de Ser es un proyecto implementado por Hivos, con el apoyo de la Embajada de los Países Bajos en Centroamérica, que contribuye a salvaguardar la vida y la intergridad de las personas LGBTIQ+ a través del mejoramiento y uso de datos sobre violencia contra estas personas y la creación de nuevas narrativas y estrategias de comunicación que contrarresten los discursos de odio. Para obtener más información del proyecto Libre de Ser puede comunicarse con Saira Ortega alcorreo sortega@hivos.org o con Mariana Arce, asesora de Comunicación, al correo: comunicacionlibre@hivos.org