Por: Aimée Cárcamo
“No miro ningún tipo de cambio en Honduras, honestamente me quiero ir”, dice Sofía, una mujer lesbiana de 30 años. Sus motivos no son la pobreza ni la corrupción ni la inseguridad que desde 2018 han empujado a miles de personas a unirse a las caravanas de migrantes que buscan llegar a Estados Unidos.
Se considera una persona con “bastantes privilegios”, que estudió en una escuela bilingüe de Tegucigalpa y tiene una vida acomodada en un país donde la pobreza golpea al 70 por ciento de la población, según un estudio reciente de la Universidad Nacional Autónoma de Honduras (UNAH).
Sofía, quien usa este seudónimo para proteger su identidad, trabaja como diseñadora gráfica y ha logrado destacar en la comedia, que es su otra pasión; vive sola y disfruta de una vida holgada e independiente. Desde hace mucho dejó el seno familiar, un entorno marcado por la violencia doméstica y la intolerancia a su diversidad sexual; pero a pesar de todo, Sofía siente que no puede ser ella misma, que está sometiendo parte de su personalidad para evitar problemas y por eso quiere irse de su país para sentirse libre en otra parte.
En Honduras, aproximadamente el 88 por ciento de la población considera la homosexualidad inmoral, señala un informe de la REDLAC que analiza el impacto de la violencia sobre sobre las personas lesbianas, gay, bisexuales, trans e intersex (LGBTI).
Las situaciones de discriminación, violación de sus derechos humanos y persecución son comunes y para muchas personas el único mecanismo de auto-protección es el desplazamiento interno, o cruzar las fronteras, indica también el documento.
Un hogar violento
“La primera vez que mi mamá se dio cuenta fue un relajo y hasta me golpeó la mano porque me leyó un mensaje en la computadora”. Tenía entre 16 y 17 años de edad y estaba en el colegio cuando tuvo conciencia plena de su orientación sexual. Conoció a una joven que le gustaba, pero fue hasta que entró a la universidad que empezó una relación “más o menos larga” con una mujer.
Cuando sus padres se dieron cuenta, la sacaron de la universidad y la tuvieron encerrada en casa alrededor de tres meses, hasta que se cansaron. “Mi mamá me golpeó un par de veces por eso”, recuerda de su progenitora, quien siempre fue “un poquito violenta físicamente conmigo”. De allí, tuvo una relación que duró más de un año “y mis papás igual se dieron cuenta”. Ella dice además que persiguieron y acosaron a su novia, “la insultaban” por teléfono “y de allí no he logrado tener una relación así como que estable”.
Desde que Sofía tiene uso de razón, la violencia doméstica en aquel hogar era frecuente. Ella y sus tres hermanos -dos menores y uno mayor- crecieron viendo insultos, golpes y hasta amenazas de muerte entre sus progenitores. Con el tiempo, la situación fue empeorando de tal manera que al final su mamá tuvo que irse de la casa porque “seguro que mi papá la mataba si seguía ahí”.
El rechazo y las agresiones por parte de familiares, la discriminación y la violencia limitan las opciones de vida de las personas +LGTBIQ+ y, en algunos casos, las obliga a huir de sus países, según el informe “’Vivo cada día con miedo” Violencia y discriminación contra las personas LGBT en El Salvador, Guatemala y Honduras y obstáculos al asilo en Estados Unidos” de 2020, de la organización Human Rights Watch.
“Honduras no tiene leyes civiles integrales que prohíban la discriminación sobre la base de la orientación sexual y la identidad de género”, señala en un reporte sobre violencia y discriminación en el Triángulo Norte, que comprende además a Guatemala y El Salvador.
Pese a que en 2013 Honduras adoptó un código penal que castiga la discriminación por motivos diversos, incluyendo la orientación sexual y la identidad de género, así como el discurso público que incite a la “discriminación, al odio, al desprecio, la persecución o a cualquier forma de violencia o ataques” por los mismos motivos con hasta cinco años de prisión, solo cuatro personas han sido condenadas desde ese año por cargos relacionados con discriminación a personas +LGTBIQ+.
El nuevo código penal, vigente desde junio de 2020, tiene penas más bajas y una categorización más estrecha de los tipos de discriminación contemplados, establece también el informe.
Guatemala feliz
Después de que su mamá se marchó, Sofía se tuvo que quedar con su papá que era violento y que además administraba muy mal el dinero. “Mi mamá era la que llevaba todas las finanzas de la casa, entonces cuando se fue, mi papá hacía mal las compras”, explica. No iba al supermercado para llenar la alacena sino que compraba comida ya preparada, por lo que el dinero no ajustaba.
La vida en casa era cada vez más difícil por lo que Sofía renunció al trabajo que tenía y se fue a Guatemala, donde la invitaron a participar en un show como comediante, una faceta de su vida en la que siente que puede ser ella misma. De hecho, “en mi comedia hablo bastante de eso, de ser lesbiana”, comenta.
Después de unas dos semanas regresó a Honduras y pronto la invitaron de nuevo, esta vez para un espectáculo que la mantendría tres meses en Guatemala, donde se quedó en casa de una pareja heterosexual: “Me empecé a dar cuenta que realmente podía vivir con gente que no me tratara mal y que no me juzgara, que no me estuvieran diciendo ‘tenés que cambiar’ todo el tiempo”
Me empecé a dar cuenta que realmente podía vivir con gente que no me tratara mal y que no me juzgara, que no me estuvieran diciendo ‘tenés que cambiar’ todo el tiempo
Cuando volvió a Honduras se encontró con la misma situación que antes, su papá no compraba comida y ella estaba sin trabajo, por lo que se fue otra vez a Guatemala y se estuvo alrededor de un mes hasta que decidió regresar a su país y quedarse en casa de un amigo.Trató de aprovechar esa distancia para conectar con su familia: “La distancia hace que la convivencia sea más fácil, pero mi papá no quiso, no funcionó”.
Después de un tiempo la situación con aquel amigo, que padece esquizofrenia, se volvió incómoda, Sofía dice que “estaba poniéndose un poquito violento, nunca me violentó en el sentido de pegarme, pero sí gritaba bastante”. Se fue a casa de otro amigo y así estuvo más de un año, en un lugar y en otro, hasta que finalmente logró estabilizarse.
Violencia normalizada
Talentosa y multifacética, Sofía ha dado clases de robótica en un colegio y ha trabajado como diseñadora en una empresa de outsourcing. Actualmente trabaja desde su casa en la diagramación de documentos, diseño web y todo lo que tiene que ver con diseño gráfico en una empresa donde ni siquiera la conocen.
“Yo empecé a trabajar con ellos en pandemia (pero) siempre me escondí de ellos, ni siquiera saben cómo me veo”, confiesa. Sofía recuerda que en sus anteriores trabajos “no es como que me molestaban, pero sí había ciertos comentarios como un poquito sexuales”, aunque al reflexionar al respecto concluye que estas son “bromas” que tienen los hombres con mujeres heterosexuales, lo cual también “es incómodo”.
Para el caso, en la empresa de outsourcing le tocó escuchar comentarios discriminatorios “enfrente mío, porque ellos tienen tan normalizada esa violencia”. Incluso, denunció este tipo de situaciones hasta que se cansó: “Dijeron que yo era problemática, pero el rollo es que ellos eran los que estaban diciendo esas cosas violentas”.
En esa misma compañía, en la que tenía un horario nocturno, vio que “los chavos acosaban a las chavas y miraban fotos de mujeres en Instagram así como peladas”, lo cual para ella no compagina con la ética en el trabajo.
Intromisión y falta de respeto
Ser lesbiana en Honduras y conocer parejas es bien difícil, dice Sofía. “La mayoría de las mujeres lesbianas terminan saliendo con hombres” y buscan cómo experimentar, pero también por la presión que hay contra ellas, asegura.
Algo parecido le sucedió con su última pareja, “a veces cuando íbamos por la calle no me agarraba de la mano porque le daba miedo”. En otras ocasiones, le ha ocurrido que está en una cita con otra mujer y los hombres se acercan para invitarlas a beber. Pero la situación ha alcanzado niveles de intolerancia cuando va al cine acompañada de otra mujer “y nos empiezan a gritar tonteras y eso que yo no me miro tan masculina”.
Esas miradas insistentes e invasivas en los espacios públicos cuando se besa o se agarra de la mano con su pareja la hacen sentir que ella no debería estar allí. “Una vez me pasó que iba con mi pareja de ese momento y le gritaron una vulgaridad”, en reacción, ella insultó al agresor y abrazó a su novia, lo que generó nuevas ofensas. “Es terrible ser diversa aquí porque la verdad es que es un recordatorio constante de que no sos parte de ellos y un constante sentimiento de alienación”, lamenta.
Cuando se le pregunta a Sofía quiénes expresan esas violencias responde sin dudar que “todas son de hombres, no he recibido violencia de parte de mujeres”, más allá de un comentario desatinado, como la vez que miraba una película y en la parte en que dos mujeres se besaban una amiga le dijo: “Mirá, pervertidas”.
Esa violencia e intrusión manifestada por los hombres hacia las mujeres lesbianas empieza desde que estos son niños.
Le pasó una vez, en su primera cita con una joven a la que invitó a tomar un café y un niño comenzó a hacerles fotos. “Yo estoy platicando con ella y de repente me doy la vuelta y miro que el niño tiene el celular debajo de la mesa, como escondiéndolo”. El pequeño tendría unos ocho años y estaba solo, “aparentemente los papás estaban en el baño”, dice Sofía. Ella se le quedó viendo y pensó que tal vez estaba equivocada, “pero al final sí estaba tomando fotos”, entonces se levantó y le preguntó por qué las estaba fotografiando. El niño la vio y le dijo que no era cierto y ella lo volvió a confrontar. Finalmente, su acompañante la tomó del brazo, le dijo que se tranquilizara y que se fueran del lugar.
“Esas cosas me enojan mucho”, dice Sofía. “Me siento enojada de que quieran meter su narrativa dentro de mi realidad, me enoja bastante que me digan tonterías y que no pueda ni agarrarle la mano a la persona con la que salgo porque van a pensar que tienen derecho de estarme diciendo tonteras”, explica con voz calmada. “Si en Guatemala se puede vivir tranquila, capaz en otro país puedo vivir más tranquila”, reflexiona.
Le gustaría que en Honduras la gente normalizara las relaciones entre personas del mismo sexo, “que no se metieran a rollos sobre quién te gusta y que les importen las cosas importantes de la gente, como si son malas personas o no”. Pero no cree que el país vaya a cambiar y por eso ya ha iniciado el proceso para irse al extranjero. “Canadá me parece una buena opción”, afirma Sofía. “Estoy muy segura que estoy sometiendo partes de mi personalidad para no meterme a rollos y problemas aquí”. Y ella quiere ser libre para ser ella misma.
Cuestión de prevención
Otro caso de discriminación por diversidad sexual, es el de la feminista Ana Lucía Pérez Armijo, quien se identifica a sí misma como bisexual. Recientemente, participó en las elecciones primarias de Honduras como precandidata al Congreso Nacional y fue víctima de discursos de odio.
Pérez Armijo dice conocer gente que ha migrado legal e ilegalmente “por ser +LGTBIQ+” . Comparte que ha sido víctima de discriminación, “afortunadamente no de golpes”.Y es que reconoce que ha tenido que evitar muestras públicas de cariño como una cuestión de prevención, algo que ocurre con muchas personas de la comunidad que desarrollan ese miedo a mostrarse como son y sufrir ataques por ello.
“Conozco gente que la ha pasado muy mal, que ha tenido que irse del país”, refiere. En el informe de Human Rights Watch se concluye que los gobiernos de Guatemala, Honduras y El Salvador no brindan una protección adecuada a las personas +LGTBIQ+ contra la violencia y la discriminación que sufren por pandillas, funcionarios y sus propias familias.
Uno de los casos más recientes es el de la pareja conformada por Alejandra y Maricela, quienes se fueron de Honduras después de ser víctimas de ataques de odio en el municipio de Tatumbla, ubicado unos 20 kilómetros al oriente de la capital de Honduras. Las dos mujeres huyeron con su hija de 12 años, después de una serie de agresiones que llegaron a la violencia física y amenazas de muerte.
Una de las organizaciones que denunció estos actos de odio fue Cattrachas, red lésbica feminista que nace en 2000 y se dedica a la defensa de los derechos humanos de la comunidad +LGTBIQ+ en Honduras. Solo enero de 2021, al menos 300 personas de la comunidad huyeron de Honduras en la caravana que salió de San Pedro Sula el 15 de ese mes, según la Agencia Presentes.
“Hemos tenido casos de lesbianas que han tenido que hacer una movilización forzada” dentro del país por violencia y asedio de las maras y otras que solas o con sus familias han tenido que migrar al extranjero, algunas en las caravanas que recorren Guatemala y México. “Son mujeres que deciden romper la violencia de Honduras e irse a otro lado, sufrir violencia en el camino, pero en busca de vivir con igualdad de derechos y con respeto hacia sus vidas”, dijo la coordinadora de Cattrachas, Indira Mendoza.
Con ese anhelo también, Sofía ya ha empezado el proceso para irse a vivir a Canadá, a salvo de la discriminación, la violencia y las limitadas opciones de vida a las que injustamente está condenada la comunidad +LGTBIQ+ en Honduras.
Este material es resultado de la Sala de Creación: Otras narrativas +LGTBIQ+ en Centroamérica. Un espacio de convergencia promovido por Hivos, coordinado y acompañado por Revista Feminista Ruda y la participación de activistas, comunicadorxs y periodistas comunitarixs de Centroamérica.
Sobre Libre de Ser
Libre de Ser es un proyecto implementado por Hivos, con el apoyo de la Embajada de los Países Bajos en Centroamérica, que contribuye a salvaguardar la vida y la intergridad de las personas LGBTIQ+ a través del mejoramiento y uso de datos sobre violencia contra estas personas y la creación de nuevas narrativas y estrategias de comunicación que contrarresten los discursos de odio. Para obtener más información del proyecto Libre de Ser puede comunicarse con Saira Ortega al correo sortega@hivos.org o con Mariana Arce, asesora de Comunicación, al correo: comunicacionlibre@hivos.org