Carla Molina
Como comemos, nos vemos. Lo asegura Carla Molina Butrón quien tuvo la suerte de crecer en el área rural, correteando entre cultivos de arroz y ayudando en la crianza de los animales de la estancia familiar. “Todo era natural entonces. Nuestros abuelos y padres no utilizaban ni químicos ni pesticidas, nos alimentaban de forma sana”, recuerda con un dejo de nostalgia.
Hoy Carla tiene 42 años y vive en La Paz, una de las ciudades más pobladas de Bolivia. Y a pesar de las dificultades que conlleva mantener una dieta sana habitando en una gran urbe, Carla lucha por mantener dentro de su familia la tradición que aprendió de niña. “Me encantaría que en mi barrio llegara más información para que las personas puedan concientizarse sobre la forma de adquirir los alimentos que llevan a sus familias. Nos merecemos exigir una mejor seguridad alimentaria para todas y todos”, señala.
Lucía Fernández
Cada vez que Lucía Fernández se sienta a la mesa se siente agradecida. Para esta agrónoma de 25 años, cada alimento que se muestra en su plato es una constatación de la inquebrantable conexión que hay entre el ser humano y la naturaleza.
Lucía se dedica a la producción de alimentos en una finca orgánica en la localidad de Achocalla, en La Paz. Ya desde niña su mayor preocupación era el cuidado del medioambiente. Al terminar el bachillerato, Lucía buscó trabajar en temas ecológicos, llegando a desarrollar un huerto de alimentos. “Sembrar, ver crecer, cosechar y cocinar tus propios alimentos es un goce único de los sentidos. Es un recordatorio de lo maravillosa que es la naturaleza”, asegura.
Lucía está convencida de que es importante que la ciudadanía comience a exigir una mayor oferta de alimentos orgánicos y sostenibles. “Así, una persona que emprenda en la producción verá una verdadera oportunidad de negocio”.
Tania Oroz
Su familia es cultora de la comida, es un tema que demanda el compromiso y la unidad de todos sus integrantes. Durante las tres semanas previas a la celebración de las fiesta de fin de año, su madre elaboraba una variedad de platos y otras preparaciones para que sean degustados y sometidos a votación; de esa forma definían cuál era el menú para esa celebración. Era una fiesta gastronómica que duraba 21 días.
Su madre era cocinera de profesión y trabajó en varias embajadas, y una de sus hermanas siguió un camino similar. Como ellas, todos los miembros de su familia disfrutan cocinar y comer los platos tradicionales, guardan secretos para la elaboración que hacen que su sabor signifique “sentirse en casa”.
Su hija se convirtió al vegetarianismo, ampliando el panorama alimenticio de la familia y logrando complementar lo gustoso con lo saludable. Sus platos favoritos son el ají de fideo y las papas a la huancaína, pero a través de su acercamiento a la comida vegetariana sabe que existen preparaciones que son igual de sabrosas que sus favoritas.
Elena Condori
Los ingredientes cultivados por su familia, que se cocinaban adentro de la olla, representaban la culminación del esfuerzo de un año. Cuando era niña, el chuño, la papa y la jawasa (haba en español) eran pilares de la alimentación de su comunidad; de los productos frescos se preparaba una variedad de platos tradicionales, que aún se conservan y se elaboran en ocasiones especiales.
Elena migró a la ciudad cuando tenía 14 años. Como muchos otros, que partieron en busca de un futuro mejor, regresa a su comunidad para trabajar en la siembra y la cosecha de alimentos primordiales en la dieta de los bolivianos, como la papa. Un producto que suma decenas de variedades que son consumidas en el área rural, de ellas solo unas cuantas se conocen en las urbes por falta de mercado.
Ha visto cómo fumigan los cultivos con químicos dejando atrás las prácticas tradicionales, incluso en alimentos como la papa, con el fin de que “no le entre gusanera”. Sabe que las papas fumigadas cambian de forma, que cada vez es necesario usar más químicos para lograr un tamaño óptimo, también ha visto que esas papas, que crecen a fuerza de químicos, tienen un centro desabrido y duro. No son como las de antes, que eran bien harinosas.
Lourdes Mamani
Su hermano mayor era el encargado de preparar la comida para los dos hermanos más pequeños; el chuño y la quinua son los alimentos con los que creció. Ambos son productos milenarios de los Andes que alimentaron a las culturas que se desarrollaron en el altiplano a lo largo del tiempo, consumirlos era la continuación de esa tradición.
Con el tiempo, la demanda de la quinua se ha incrementado fuera de Bolivia debido a sus propiedades nutricionales. Esta realidad contrasta con el consumo en el país, ya que la población aún no la integra del todo a su dieta cotidiana, en las ciudades por varios factores como el precio y en el área rural porque prefieren venderla que comerla.
Las nuevas generaciones como la de su hija, han cambiado el chuño y la quinua por el arroz, el fideo y el pollo. A pesar de ello, Lourdes y su madre se han puesto en campaña para transmitir a los más jóvenes de la familia el aprecio por el consumo de ingredientes tradicionales, sobre todo por la quinua que es un súper alimento.
Beatriz Álvarez
La papa k’ati acompañada con ph’asa, una arcilla comestible de los Andes, tiene el poder de transportarla a la niñez en su natal Laja. Su abuela solía preparar esta merienda para servírsela en un plato de barro. Hoy encontrar la arcilla en la ciudad no es un asunto sencillo.
Creció con las manos entre la tierra de los cultivos. Desde pequeña aprendió que en el mundo andino existe una relación entre el ciclo agrícola, el cosmos y la Pachamama. Hoy sabe que las ciudades no tienen ese privilegio, la producción familiar y a pequeña escala en el área rural ya no abastece la demanda de las grandes urbes y los bolivianos no tienen otra opción que comprar alimentos importados. La agricultura urbana y periurbana es la respuesta para hacer sostenible la producción local y garantizar a la población el acceso a una alimentación adecuada.
Desde su puesto como concejala se ha convertido en impulsora de la Ley de Promoción para los Huertos Urbanos, que fomenta el cultivo de verduras y hortalizas en casas, colegios y espacios municipales de La Paz. En tanto, procura que las tradiciones agrícolas de sus antepasados no desaparezcan, durante la época de siembra y cosecha regresa a Laja a reencontrarse con la madre tierra.